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martes, 13 de noviembre de 2012

La mano que talló a la Macarena

La autoría de la imagen mariana de mayor devoción de la semana santa sevillana sigue siendo un misterio. La histórica atribución a la roldana defendida por Hernández Díaz ha dado paso a otras teorías que no suelen alejarse del foco del gran taller de Pedro Roldán. Álvarez Duarte avanza un paso más y señala al creador utrerano Francisco Antonio Ruiz Gijón.

¿Quién hizo la Macarena? ¿Qué manos tallaron a la Esperanza más universal? ¿De dónde vino ese rostro de dolor amortiguado que se escapa de su paso perfecto en la Madrugá? ¿Quién pudo tallar una faz que se muda con la luz y las horas? La autoría de una de las imágenes más veneradas dentro y fuera de los muros de Sevilla sigue siendo una incógnita sin resolver por todos los tratadistas e historiadores que se han ocupado del tema, una Gioconda pasionista que esconde uno de los más hermosos enigmas de la Semana Santa de Sevilla. De  Montañés a Montes de Oca, de Mesa a Blas Molner, todas las atribuciones –más o menos afortunadas– han tenido cabida en este rompecabezas de autorías para intentar desenmarañar el enigma.
Pero este misterio podría encerrar una clave oculta, según la aportación del imaginero Luis Álvarez Duarte, en la aún desconocida relación entre el frondoso taller de Pedro Roldán y el escultor utrerano Francisco Antonio Ruiz Gijón, autor de ese cristo monumental, El Cachorro, que cierra el mejor catálogo de los grandes crucificados del primer Barroco. En cualquier caso, ningún documento acredita la mano o taller que alumbró esta imagen enigmática que sigue dándonos pistas aquí y allí, revelándonos parecidos, gestos, improntas y parentescos en otras esculturas devocionales y en figuras secundarias sin que, a ciencia cierta, seamos capaces de adscribirla con plena seguridad a la firma definitiva.
Podemos encontrar rescoldos de su suspiro en la Dolorosa del impresionante grupo del Descendimiento del actual retablo de la parroquia del Sagrario de la Catedral, que fue contratado por el taller de Pedro Roldán para la hermandad de los Vizcaínos en la perdida Casa Grande de los franciscanos que se levantaba en lo que hoy es Plaza Nueva. Hallamos retazos de su gesto en la Piedad de Santa Marina, también en las imágenes secundarias que la acompañan en el misterio de la Mortaja o un parecido asombroso y revelador en otras imágenes más lejanas como los Nazarenos de La Algaba y de la localidad gaditana de San Fernando, que tampoco están documentados. Pero cuando creemos atrapar su personalidad en otro rostro, cuando sentimos la certeza de tenerla en nuestra mano, vuelve a escapar y a sembrar interrogantes; a abrir nuevos caminos, otras sendas para una investigación que, al final, siempre acaba rondando el entorno de uno de los talleres más prolíficos de la segunda mitad del Siglo de Oro.

 

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